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25N, un cambio de perspectiva para lograr erradicar la violencia machista.

25N, un cambio de perspectiva para lograr erradicar la violencia machista.

Un año más, aunque en un contexto complicado, denunciamos la brutal violencia que esta sociedad ejerce contra las mujeres.

Reivindicando, como parte de la sociedad civil, medidas que protejan los derechos de las mujeres y luchen contra la desigualdad de género.

Seguimos contando mujeres asesinadas, violadas, abusadas, vejadas. La feminización de la pobreza es un hecho, la falta de oportunidades para muchas, los matrimonios forzosos, la prostitución y trata de seres humanos, la infantilización de las mujeres, y las graves consecuencias que todas estas situaciones tienen en la salud y bienestar de todas las mujeres alrededor del mundo.  Y, aunque los datos siempre son importantes, también lo es el análisis del porqué, y las propuestas del cómo poder cambiar algo tan intrínseco en esta sociedad.

Una de las primeras personas que comenzó a utilizar el concepto del sistema sexo-género como principal objeto en los estudios de género, fue la antropóloga Gayle Rubin (1975). La desigualdad de género es un hecho social, es decir, en nuestra sociedad existe una diferencia jerárquica determinada por el sexo, por la cual se conceden una serie de privilegios al hombre, situando así a la mujer en una posición social de inferioridad. Es decir, siguiendo la metáfora de la carrera de atletismo, el hecho de nacer hombre o mujer determinará en qué punto de partida te sitúes en la línea de salida, y el número de obstáculos que tengas que saltar para llegar hasta la meta.

Pero… ¡no está todo perdido!

Esta desigualdad de género es una construcción social y cultural, lo que significa que se puede modificar. No es algo biológico o fisiológico, sino que el género se trata de un conjunto de atribuciones, roles y comportamientos que se asignan a los hombres o a las mujeres. Aspectos que han ido variando a lo largo de la historia y de las culturas. También, por lo tanto, se incluirían todas esas oportunidades y expectativas que la sociedad asigna a las personas que la conforman, y que estas asumen como propias.

Esta fabricación social y cultural de lo “femenino” y “masculino” se realiza a través de la socialización, siendo este el proceso por el cual, a través de la interacción con otras personas a lo largo de la vida (no sólo en la infancia y adolescencia), se desarrollan maneras de pensar, sentir y actuar.

En una sociedad patriarcal, estas diferencias de género se traducen en un sistema de poder tangible y simbólico que oprime a las mujeres como grupo social.

La masculinidad hegemónica, concepto popularizado por R. W Connell (1995), es la que da legitimidad a este patriarcado, colocando a las mujeres en una posición de subordinación con respecto a los hombres, quienes tienen la necesidad de ejercer poder y control sobre el resto.

Debido a este contexto de socialización, todos aquellos niños y jóvenes en el momento de desarrollar y crear su identidad, su referencia, en muchos casos es esta masculinidad, que afecta a sus emociones, sus relaciones afectivo-sexuales, los cuidados, la imposibilidad de sentirse vulnerables, el ejercicio de la violencia, etc.

Y sobre este último punto es importante detenerse por lo que implica socialmente. Sí, ese poder tiende a demostrarse utilizando la violencia entre sí o contra otros (mujeres, niñas/os, animales, el medio, etc.), porque así consiguen mostrarse continuamente como “hombres de verdad”. Y decimos continuamente, porque la masculinidad siempre está en duda, y siempre debe ser probada una y otra vez.

En este 25 de noviembre, queremos cambiar el foco a la hora de trabajar en la prevención y erradicación de las violencias de género. Esto no es algo nuevo ni novedoso, sino que ya desde principios de los años 80, numerosos profesionales de la psicología, la antropología, la sociología, etc., comenzaron a reflexionar sobre cómo los estudios de género habían dejado de lado el papel de los hombres en este cambio social hacia una sociedad más feminista.

Por supuesto, cambiar el foco no significa dejar de lado las demandas de las mujeres, sino ampliar la mirada a todas las personas participantes en la sociedad que se ven influenciadas por este cambio de paradigma.

El feminismo, como corriente de emancipación de la mujer para lograr esa igualdad social, ha dirigido las políticas de igualdad, poniendo sobre la mesa medidas a favor de las mujeres para disminuir los efectos de la sociedad patriarcal y machista, pero no han tenido suficientemente en cuenta la importancia de movilizar a los hombres hacia posiciones igualitarias que favorezcan el cambio de las relaciones entre hombres y mujeres.

El esfuerzo en este cambio de paradigma debe ser mutuo. Debemos estar todas y todos implicados. La sociedad es un sistema formado por subsistemas que forman parte de las colectividades que participan en su construcción. Que este cambio sólo sea en un subsistema, o en parte de uno, no producirá la transformación social que se pretende.

Es tal la confusión general de muchos hombres ante su papel en este proceso de cambio y en la lucha contra la desigualdad de género, que creemos fundamental en ahondar, promover y continuar en la línea del trabajo con hombres para fomentar una sociedad igualitaria.

El feminismo es un movimiento que puede y debe estar apoyado tanto por hombres como por mujeres, aunque el papel de estas últimas sea central por lo que implica su emancipación. Para todas y todos promover la igualdad en nuestros entornos es un beneficio que generará más bienestar social.

Los hombres proponen una nueva masculinidad basada en la paternidad corresponsable, poniendo atención en los cuidados propios y ajenos, alejada de la castración emocional, y con una posición firme de denuncia contra las violencias de género.

Aquí tenemos un papel fundamental las profesionales del tercer sector, las sanitarias y las educadoras, a la hora de generar espacios de escucha y reflexión sobre estas cuestiones, haciendo especial incidencia en la promoción de las políticas públicas.

Ser conscientes de que creando talleres psicoeducativos o grupos terapéuticos con jóvenes (y no tan jóvenes), o en una psicoterapia o atención individual, podemos caer en la dualidad de los roles de género donde nos hemos visto inmersas desde que llegamos a este mundo. Un trabajo personal de desaprendizaje de todas aquellas atribuciones y perspectivas que colocan a las mujeres y a los hombres en habitaciones estancas en esta sociedad, puede ayudarnos a generar otros paradigmas de trabajo que vayan dirigidos hacia la creación de una sociedad más justa para todas y todos.

En cuanto a claves y herramientas útiles para trabajar en esta línea en diferentes espacios psico-socio-educativos, os recomendamos la guía sobre nuevas masculinidadesA fuego lento: cocinando ideas para una intervención grupal con hombres desde una perspectiva de género”. Propuesta que, desde el Área de Igualdad, Gestión de la Diversidad y No Discriminación de la Fundación Cepaim, se creó y publicó en 2015, y que se puede descargar desde su página web.

Eduquemos a no violar. No a cómo protegerse de una violación.

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